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Publicado en economía y negocios de El Mercurio, 07 de Septiembre de 2004 - Claudio Ibáñez S *
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Que duda cabe que las habilidades físicas y técnicas que Massú ha venido perfeccionando durante su trayectoria profesional fueron importantes para su triunfo.

Sin embargo, una mirada más cuidadosa y profunda a su actuación durante la final del tenis olímpico, deja en claro que los factores más importantes de su victoria fueron de naturaleza emocional.

El desgaste físico producto de 11 partidos en una semana era evidente. Al verlo en esos primeros planos luchando contra sí mismo, no fueron pocos los que pensaron que iba a abandonar y otros imaginaron la dramática y terrible posibilidad de que cayera reventado por el sobreesfuerzo.

¿Si fisiológicamente estaba agotado y el marcador le era adverso al término del tercer set, de dónde sacó fuerzas y energías para correr, servir, ir a la red, bolear y, finalmente, después de cuatro horas de un extenuante combate, ganar el partido? Sólo las emociones puestas al servicio de los anhelos pueden explicar lo increíble.

Cuando una persona se emociona todo su ser se moviliza con una coherencia única e impresionante: la mente, la fisiología del organismo y el comportamiento se mueven al unísono. No existen otras respuestas que involucren de manera más completa e integral a las personas que las emociones y la función principal de éstas es energizar el comportamiento. Las emociones son a las personas lo que el motor es al auto. El cuerpo solo no le habría permitido llegar muy lejos a Massú. En cambio, bajo el influjo de las emociones, el cuerpo pasa a ser gobernado claramente por la mente y comienza a operar una suerte de “causalidad descendente”. Ya no es el cuerpo el que fija los límites de lo posible, de lo que somos capaces o incapaces de hacer, sino que la mente, nuestro pensamiento, nuestros sueños y nuestros ideales. Massú comenzó a ganar el match mucho antes de entrar al court olímpico, cuando en su mente se dijo a si mismo “esta oportunidad es única en mi vida. Ahora o nunca”, transformando el partido en su sueño más increíble, seductor, irresistible, casi hipnótico. Cómo atesoraríamos cada minuto de nuestra vidas y con qué intensidad la viviríamos si cada momento que nos toca vivir lo considerásemos como único e irrepetible, como una oportunidad que jamás volverá a existir.

El contenido más importante de nuestra mente está dado por nuestros pensamientos, por el significado que la damos a las situaciones que enfrentamos, por la manera en que enfocamos las escenas que vivimos. Y son nuestros pensamientos los que ponen en marcha nuestras emociones. Los jugadores inteligentes, ha dicho Brad Gilbert, son aquellos que durante el partido saben manejar sus emociones para ponerlas al servicio de su desempeño. Sólo el manejo de las emociones, a través del control del propio pensamiento, es lo que hace grande a las personas frente a los desafíos que parecen insuperables. En las situaciones límites es la mente la que hace la diferencia. Massú no triunfó por disfrutar de los puntos ganados, sino por saber controlar con rapidez las emociones destructivas cuando las cosas iban mal y energizarse para continuar adelante en la lucha. Esto mismo es lo que le faltó hacer en el U.S. Open la semana pasada. Tanto el triunfo como la derrota de Massú dejan en evidencia, una vez más, el rol clave de la inteligencia emocional para alcanzar desempeños exitosos en situaciones altamente competitivas, exigentes y adversas..

Claudio Ibáñez S.

Psicólogo

Director Ejecutivo

Enhancing People S.A.

Instituto Chileno de Inteligencia Emocional

* Psicólogo U. de Chile, afiliado a la American Psychological Association. Director Ejecutivo de Enhancing People Ltda. www.enhancingpeople.com